lunes, 27 de febrero de 2012

Los corazones y las mentes afganas





El desafío que Afganistán representa para la comunidad internacional es de dimensiones gigantescas. Se viene tratando desde hace ya más de una década no sólo de ganarle el pulso a los talibanes en un escenario bélico, sino de acompañar e impulsar la construcción de un Estado democrático. Este último objetivo resulta inalcanzable si no se involucra directamente a la población local, cuya participación debe quedar garantizada. Hay que asegurar la apropiación local del proceso, desde el respeto de la cultura local, sin renunciar a impulsar y promover ciertas transformaciones de los usos y costumbres, que exigen también en todo caso el pleno apoyo de la poblacion.

La concienciación transcultural se convirtió en el eje de un cambio de estrategia diseñado por el General Mc.Christal en 2009 (lo explicaban perfectamente Fernando Rocha y Jaime Otero). Los aliados son perfectamente conscientes y por eso sorprende todavía más el episodio de la quema de coranes que ha obligado al mismísimo Presidente de Estados Unidos a pedir disculpas públicamente en un intento desesperado por contener los efectos de la acción de los cabos estrátegicos de Bagram. 

Afganistán es un país dramáticamente pobre, donde determinados colectivos, como las mujeres, los niños o los discapacitados, sufren una discriminación endémica y resultan particularmente afectados por la violencia. Por si fuera poco la construcción de un Estado exige encajar las piezas de un complicado puzzle multi-étnico. Uno de los retos en este escenario es desarrollar un concepto de ciudadanía que aglutine la base social del país y sirva como célula del futuro tejido democrático. Una deseada democracia que deberá ajustarse a la realidad afgana. Aquí no valen los marcos conceptuales de Occidente. Si la democracia se puede globalizar habrá que hacerlo mediante la introducción de matices al ideal democrático occidental. Hasta el momento la afiliación tribal o étnica sólo se ha debilitado en los núcleos urbanos. Es probable que haya que desarrollar un modelo de democracia tribal. Y para completar la foto de la terrible situación afgana, habría que mencionar también la corrupción salvaje, el cultivo ilícito de estupefacientes, el tráfico de drogas, el creciente consumo de estas sustancias, etc.

A pesar de los planes de salida, parece indudable que para afrontar todos estos problemas, Afganistán sigue necesitando la asistencia de la comunidad internacional. En la actualidad numerosos actores internacionales están involucrados de un modo u otro en la construcción y consolidación de un Estado afgano democrático. Además de Estados Unidos (Operación Libertad Duradera), en Afganistán se encuentran Naciones Unidas (UNAMA), la OTAN (ISAF) y la Unión Europea que ha desplegado una misión policial.

Los planes aliados iniciales basados en una lógica predominantemente militar han fracasado. En estos momentos los países occidentales están concentrados únicamente en salir de Afganistán lo más pronto posible y sin que se note demasiado que han sido derrotados. Pero ¿qué pasará con el pueblo afgano? ¿Dejaremos a la población a merced de los talibanes y sufriendo la penuria afgana? En un artículo de ayer en El Pais, el periodista Martínez de Rituerto destacaba que el gobierno afgano teme quedarse sólo frente a los talibanes.

La OTAN aclara que no va a retirarse completamente y que un número considerable de efectivos permanecerá en el país para formar a las fuerzas locales. Teniendo en cuenta que un contigente OTAN de 150.000 militares no ha podido en diez años neutralizar la amenaza talibán, sorprende que se confíe en que los 50.000 que se quedarán acompañando a las fuerzas afganas, con la ayuda quizás de alguna operación DRON, lo lograrán. El peligro de que los talibanes vuelvan al poder parece cada vez más real.

Es ahora cuando la comunidad internacional, liderada esta vez por Naciones Unidas, debe ganarse seriamente la mente y los corazones de los afganos. No mediante las armas, sino tratando de atender sus necesidades humanitarias y de asegurar sobre bases realistas la viabilidad del Estado afgano. 

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