Superados los dos años desde el nombramiento de la Baronesa Ashton como Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y un año después de la puesta en funcionamiento del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), hay ya datos suficientes para llegar a las primeras conclusiones sobre si los cambios introducidos en la arquitectura institucional de la Unión Europea por el Tratado de Lisboa han cumplido las expectativas que habían despertado. Todo los motivos que invitaban a un moderado optimismo hace dos años han desaparecido y el declive europeo es innegable (véase este post de Pau Solanilla).
En un mundo crecientemente multipolar la pérdida de influencia de Europa es inevitable e incluso puede ser positiva si va acompañada de un reajuste de poderes que conduzca a un mundo más justo. Pero debemos asegurarnos de que a la pérdida de influencia no se suma el descrédito europeo. En este momento hay que cambiar el paradigma y moderar nuestras aspiraciones, aceptando que la Unión debería renunciar a ser un actor global, para actuar como un actor internacional con prioridades claramente definidas. Con una agenda internacional más limitada la Unión Europea estaría en mejores condiciones de producir resultados y sería más fácil cumplir el compromiso con la coherencia. La mediación entre los Balcanes a la que me refería en un post hace unos días es un ejemplo.
Este cambio de paradigma exigiría un cambio radical en el discurso europeo. La Baronesa Ahston no ha impulsado ese cambio, a pesar de que le habría venido bien para aliviar los inmensos desafíos vinculados a su cargo. Sí ha apuntado en esta línea el Comisario de Desarrollo que ha propuesto una Agenda para el Cambio cuya idea principal es que la Unión Europea debe ser selectiva en su oferta de cooperación. Andris Piebalgs sí ha moderado las prioridades proponiendo que la ayuda se concentre en los países donde puede tener un mayor impacto e ir orientada al logro de objetivos fundamentales como la promoción de los derechos humanos y la democracia, así como el desarrollo humano.
En cambio, la Alta Representante en su primer Informe sobre el funcionamiento del SEAE no renuncia a la ambición y se propone hacer más con menos. Un objetivo que no es más que una fórmula retórica tan desafortunada e inoportuna que ni siquiera genera expectativas. En un contexto extremadamente difícil, con una Unión claramente debilitada – dentro y fuera – deberiamos estar hablando de hacer menos y mejor y de revisar las prioridades de la acción exterior. La Alta Representante en su Informe peca de un optimismo temerario. Se dedica a desgranar los supuestos éxitos de la acción exterior europea sin hacer ni la más mínima autocrítica y realizando afirmaciones tan alejadas de la realidad como que el Servicio de Acción Exterior ha llenado de substancia la acción exterior europea.
Será necesario resolver los problemas organizativos que se están sufriendo en las Delegaciones de la Unión Europea en el exterior y sobre todo hacer un ejercicio de pensamiento estratégico acorde con el nuevo papel de la Unión en el mundo. La revisión de la Estrategia Europea de Seguridad debería ser una prioridad, aunque la Alta Representante deberá demostrar que tiene la capacidad para abordarla. El objetivo, insisto, debería ser menos y mejor.